#AhoraSoyMamá: ¿Cómo manejar las pataletas sin sentirte juzgada por el resto?

Por Gabriela Ulloa U. @ahora.soy.mama | Lunes, 23 de Octubre de 2017
#AhoraSoyMamá: ¿Cómo manejar las pataletas sin sentirte juzgada por el resto?

Un período que todos los papás quisiéramos evitar son el de las famosas "pataletas", pero lamentablemente son parte del desarrollo de nuestros hijos y por ello, lo mejor es aprender a convivir con ellas y saber cómo enfrentarlas sin entrar en pánico. O sin morir en el intento...

Recuerdo que a mi hijo le dio su primera pataleta antes de lo esperado –yo tenía entendido que ocurría alrededor de los dos años-, pero más o menos estaba preparada. Desde chico mostraba señales de que se vendría difícil el camino. Siendo aún una guagua, cuando se enojaba se tiraba para atrás con mucha fuerza y había que correr para evitar que azotara su cabeza contra el suelo. Ya un poco más grande entendió que podía golpearse o que golpearse -como muchas veces lo había hecho- era algo que dolía, por eso empezó a tener más cuidado en la forma en que se tiraba, pero el objetivo era el mismo, quedar acostado en el suelo y empezar el berrinche. Llanto, gritos y patadas al aire.

Muchas veces intenté cálmalo, abrazarlo y contenerlo, pero me daba cuenta que eso le molestaba más y acrecentaba su estado de enojo, pena o frustración. Luego intenté hablarle, explicarle un poco las cosas, casi como si fuera un adulto, pero tampoco me dio resultados. Obviamente él no entendía tanta explicación, menos en un momento así.

Me recomendaron ignorarlo, dejarlo solo y que "no se saliera con la suya". "Estás criando a un futuro tirano" me dijeron un par de veces. Lo pensé mucho, pero ¿Cómo ignorar a alguien que está pidiendo ayuda? Alguien que está tan confundido con sus sentimientos y no sabe otra forma de expresarlos. Alguien que no sabe qué le pasa. Alguien que está en pleno desarrollo aprendiendo de sí mismo y del entorno. Me pareció tan absurdo.

Finalmente, pensé mucho en cómo afrontar esas situaciones y llegué a la conclusión de que debía ir probando cada vez, que no hay fórmula mágica, perfecta ni general. Cada pataleta es distinta a otra y yo debo estar preparada para hacerme cargo y ayudar a mi hijo a superar ese momento. Con calma y sin entrar en el juego. Porque a veces es tan estresante que nos empezamos a contagiar y nos dan ganas de repetir la conducta, tirarnos al suelo, llorar y gritar junto a ellos, porque no sabemos qué hacer. Porque cargamos con nuestras propias carencias y defectos. Porque tuvimos un mal día o estamos demasiado cansados para intentarlo. Pero ¿Qué culpa tienen nuestros hijos de nuestras "desgracias"? ¿Cuántas veces al día nosotros, siendo adultos, hacemos nuestras propias pataletas? ¿Cómo esperar entonces que un niño sepa manejar sus emociones a la perfección?

Sin duda es un tema complicado, donde todos quieren opinar y aconsejar. Algunos nos dicen que las pataletas son para manipularnos por lo que no sólo debemos ignorarlas, sino que debemos retarlos o castigarlos cada vez que hagan una. Por otro lado, si hacemos eso, somos malos padres, despreocupados y poco respetuosos con la crianza de nuestros niños. Entonces hacemos el giro y si somos empáticos con ellos e intentamos criarlos respetuosamente para el resto somos permisivos y sin autoridad.

Lo peor, es que la gente se siente con el derecho a juzgarte con cada decisión que tomes. En la calle, en el supermercado, en el mall... debemos someternos a miradas inquisidoras y llenas de juicios, comentarios inapropiados e incluso insultos por parte de los "espectadores de pataletas". Gente desconocida que cree tiene el derecho de meterse en tu vida y lo único que logra es insegurizarnos o a veces, hacernos sentir culpables. Malos padres.

Al contrario de eso, una vez otra mamá vino en mi auxilio. Mi hijo enfrentaba una de las pataletas más grandes que le han dado, lo peor, íbamos en el auto en una autopista. Llevábamos varios minutos de descontrol, él llorando en su sillita y yo manejando al borde de un colapso, intentando calmarlo de algún modo sin perder de vista el camino. Finalmente, paramos en una bencinera. Ahí nos bajamos y continuó el escándalo, pero al menos ya estábamos en zona segura y al aire libre. Intenté todos mis métodos, pero nada funcionó. A lo lejos una mujer con sus dos hijos me miraba como queriendo incorporarse. Le devolví la mirada con cara de auxilio y ella no dudó en acercarse y ofrecer ayuda. Primero me regaló una botella de agua para que yo me calmara, luego me pidió autorización para acercarse a mi hijo. Se sentó a su lado, le ofreció una galleta y comenzó a hablarle dulcemente. En cosa de segundos mi hijo había parado de llorar. Es más, ahora reía con las bromas de los hijos de aquella mágica mujer que, sin ninguna obligación, quiso ofrecerme su experiencia, apoyo y consuelo.

Es por eso que desde ahí en adelante, cuando entro en pánico por una pataleta de mi hijo en medio de la muchedumbre, solo busco una mirada de apoyo. De compasión. Me gustaría escuchar "lo estás haciendo bien". E imagino aquella mujer ayudándome a distancia. Y es que aprendí que en el manejo de las pataletas debemos hacer lo mismo que quisiéramos que hagan con nosotros cuando estamos en momentos difíciles o de angustia. O "viajar" a nuestra infancia y pensar qué esperábamos de los adultos cuando hacíamos una pataleta.

A mí me ha funcionado ponerme a la altura de mi hijo, agacharme lo suficiente para no enfrentarlo como un ser superior lleno de autoridad, una autoridad que no me interesa generar frente a él. Ahí, sentada en el suelo, lo dejo llorar y gritar todo lo que necesite. Le permito descargar sus emociones, pero le ofrezco consuelo y apoyo. En silencio mi corazón le intenta decir "estoy aquí a tu lado, cuando necesites puedes venir y abrazarme o escuchar lo que te quiero decir". A veces se calma rápido y se levanta como si nada hubiera pasado. Otras veces no funciona y le hablo de otras cosas, de lo lindo que está el día o lo invito a salir de ese estado y vayamos a buscar jugo, un gato, un juguete. Lo que sea. En otras ocasiones empiezo a perder el control y desesperar, intento respirar profundo y buscar el equilibrio para volver a empezar. Es difícil, pero hasta ahora me ha dado resultados.

No sé si está bien o mal cómo lo esto haciendo. No sé si alguien más hará algo similar. La verdad es que tampoco me interesa mucho. Para mí la maternidad es ensayo y error. Es un aprender juntos en el camino. Sí, hay libros, consejos de expertos, consejos de otros padres, consejos de la abuela y de la vecina. Pero somos todos tan distintos que estoy segura que no hay técnicas exactas. Claro, tengo mis preferencias, lo que sé quiero ser y hacer y, por otro lado, lo que espero nunca llegar a hacer. Pero eso es para mí. No ando juzgando al resto, como también exijo que no me juzguen a mí.

Yo quiero vivir la maternidad de forma libre. Innata. Instintiva e intuitiva. Por más que escucho y leo consejos, técnicas o estudios, siempre termino haciendo lo que se me da la gana y no por llevarle la contra a alguien o seguirle el amén a otro. Simplemente porque siento que lo que hago lo hago realmente de corazón, con la mejor intención de criar a un hijo desde la felicidad y hacia la felicidad. No desde la perfección hacia la perfección. Porque prefiero mil veces que mi hijo crezca feliz, al lado de una mamá feliz, en vez de un hijo reprimido con una mamá culposa o arrepentida por haber actuado cómo le dijo en resto y no como su propia naturaleza le decía. Para mí el secreto es ser fiel a nosotros mismos. Eso sí que vale oro.

Etiquetas :