[COLUMNA] #MuyPersonal: Calladita se ve más bonita

Por Equipo M360 @M360cl | Miércoles, 14 de Diciembre de 2016
[COLUMNA] #MuyPersonal: Calladita se ve más bonita

Desde un comienzo planteamos M360 como un espacio que reuniera las distintas áreas y focos de interés de la mujer. A partir de esa premisa, comenzamos a abordar temas que, de una u otra manera, estuvieran conectados con nuestras lectoras. Hoy nos damos cuenta de que este ejercicio ha generado que la comunidad M360 crezca y nos lleguen todo tipo de historias, incluso algunas muy íntimas y profundas, como la que decidimos compartirles en este post.

Esto fue lo que le pasó a Victoria, quien acudió a nosotras como vía de escape a una situación que, tal como le pasó a ella, le ha ocurrido a muchas mujeres en nuestro país. No podemos quedarnos mudas, por eso decidimos compartirles este caso para generar conciencia y unir fuerza femenina.

Tengo 29 años, soy mujer, independiente, profesional, soltera y decidida a estar acompañada por un hombre que desde su actuar niegue la masculinidad general de este país. Soy hermana de hombres y mujeres, hija de un abusador e hija de una mujer ciega dependiente emocionalmente de hombres maltratadores. Mi símil cuando niña era una muñeca de porcelana. Debe ser por lo menuda, bien ordenada y bonita. Sin embargo, creo que me parecía más por su boca bien cerrada y cuerpo bien vestido.


El lunes 12 de diciembre estuve en una plaza frondosa, digna de cualquier relato etnográfico que plasme aquellas interacciones de niños y niñas jugando, personas de la municipalidad regando, jóvenes conversando, personas barriendo veredas y autos que llegan a sus hogares de regreso del colegio de los peques.

Y es en este aliviador lugar donde atiende mi terapeuta, quien me ayuda semana a semana a reparar mi pasado y a tejer mi historia actual. En una de estas casitas está su consulta; en este lugar ensoñador de tanto alivio natural recorrido por piececitos de la edad de oro de José Martí.

Previo a cada sesión, siempre me siento en el pasto cerca de un árbol fresco de ramas grandes mientras corre la brisa que mueve las hojas que van cayendo a distintos ritmos Muchas veces saco mi navaja suiza -que tengo para defensa personal- para limpiar mis uñas o cortar las puntas secas de mi cabello. Pero esta vez me senté para cargar mi celular. El sol estaba quemando fuerte, así que escogí un lugar sombreado frente a la consulta. Ya era casi medio día, quería entrar pronto, así que en cuanto sentí el mensaje de recarga del celular, me puse en marcha. Simultáneamente, oí el motor de una moto que venía por mi espalda entrando por la calle donde queda la plaza. La observé pasar frente a mí y luego concentrada volví a lo mío.

Me pareció que el hombre de la moto había parado a cinco metros para orinar en un poste. "¿Por qué no eligió otro lugar?", pensé. "Esto de que sea casi natural que lo hagan cerca de uno me tiene 'chata' ". Decidí ingresar a la consulta. En ese momento cerré el celular y escuché la voz del hombre preguntando por el nombre de la calle donde estábamos. Él vestía como técnico de algún servicio, por lo tanto me pareció que podía andar perdido y buscando alguna dirección. Contesté rápidamente sin querer darle espacio a esta instancia, y me contesta de forma dura que le indique cómo llegar a Avenida Grecia. Cuando lo miré de frente, me percaté de su intención. Su pene estaba fuera del pantalón en su mano, agitándolo rápido frente a mí, a la altura de mi vista. Yo, sentada, miré rápidamente por primera vez su rostro, andaba con anteojos oscuros y un casco de motorista. Fue un momento eterno.

Evoqué el asco de estas experiencias en otras hermanas mujeres. Mi cuerpo recordó mis bloqueos físicos históricos frente a experiencias de este tipo y mis brazos no se movían. Me miré y salí un instante de este segundo eterno. Le dije, "¿qué te crees haciendo esto?". Le advertí que si continuaba le tomaría una foto, pero la torpeza de mis dedos al ingresar la clave de boqueo de la pantalla del celular no me dejó. Sentí que él también me vio torpe, pues se acercó y me puse temerosa. Mientras intentaba pararme lo garabateé mostrándome fuerte. Era lo que siempre se dice que hay que hacer: reaccionar frente al machote, "machete para el machote" y todas esas cosas que surgen de la rabia de quiénes en este país somos víctimas desde el nacimiento.

En ese momento me di cuenta de que la plaza oscureció, el viento dejó de estar, el calor hacía pesado mis músculos y los árboles ya no eran seguros. Él no se asustó como siempre lo imaginé y leí que podría pasar. Se acercó en su moto agresivamente y amenazó con "sacarme la cresta" si tomaba la foto. Corrí hacia la primera casa con timbre que encontré, mientras él me seguía en su moto. Sentí que mi cuerpo se iba a caer desplomado de tristeza por lo sola y disminuida que me sentí con este cruel depravado.

Pensé en ese momento, "jamás he escuchado una historia donde un hombre se masturbe frente a otro para amedrentarlo". Maldije tener sobrina, no por ella, pues la adoro, sino que por lo expuesta que está no sólo la niñez, sino que después el ser mujer. Mi navaja no pudo aparecer, cualquier maniobra de empujones fue inservible en esta situación, mis recuerdos sobre agresiones de muchas mujeres vinieron hacia mí. El terror me inundó en solo segundos, imaginé sus pies acercándose a mí (quizás los eran, no quise mirar otra vez), cuando ¡al fin! oí la dulce y hermosa voz de aquella vecina que, al escucharme, no dudó en abrirme la puerta de su casa, escucharme y darme agua.

Intenté salir de la angustia porque miré hacia abajo donde había un niño de dos años que me hablaba. Bajé mi cabeza, me senté a la entrada de la puerta y lloré por mi miedo, por los niños que juegan ahí todos los días, por no usar mi navaja, porque no me pegó, ni violó... Tengo rabia, solo espero que la denuncia pueda llegar a alguna cámara de seguridad y puedan atraparlo para verlo de frente.

Cuando llamé a Carabineros seguía en shock. Uno me dijo, "Ya, pero no fue abuso sexual, ¿cierto?". Le grité en ese instante, "¡Esto es DELITO SEXUAL!". Lo vociferé, aunque siga en mi frente tatuada la consigna de mis ancestros "Calladita se ve más bonita".

No basta solo con andar con la navaja en la cartera pues el tiempo de la agresión es distinto. El atacante impone un juego que atrapa y no con fuerza, sino que lo hace ayudado por todas las redes de la cultura masculina que ha enredado nuestra psiquis desde la niñez y que sostiene a este sistema que nos hace ver disminuidas.

Falta mucho aún. Estamos todavía con el vaso medio vacío y me importa un bledo que me juzguen de pesimista si quieren, porque prefiero ser pesimista en esto y dejar al otro lado el optimismo, en aquellas y aquellos que denuncian, que develan, que no les importa el qué dirán del status quo de esta sociedad que agrede y no sólo a nosotras, sino que también al pequeño niño que, con 2 años de vida, me hablaba mientras yo lloraba por el "machote perverso" que sacaba su pene para gozar. ¿Por qué machote? Porque no exhibe cualquier parte de su cuerpo, sino que lo que esta cultura ha elevado al cielo desde todas sus instituciones, como un símbolo de trascendencia y de masculinidad.

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