#AhoraSoyMamá: Experiencia de un parto natural: dolor v/s felicidad

Por Gabriela Ulloa @ahora.soy.mama | Miércoles, 16 de Mayo de 2018
#AhoraSoyMamá: Experiencia de un parto natural: dolor v/s felicidad

Martes 20 de marzo, 17:37 pm, llegó a este mundo Pascuala. Pero el proceso empezó horas antes. A las 09:00 am de ese día comencé a sentir algunas contracciones, pero como habían sido frecuentes durante la última semana no les di importancia. Seguí moviéndome tranquila, ordenando, preparando todo porque saldríamos a hacer trámites con mi hijo.

Alrededor de las 10:00 am tenía una sensación extraña y empecé a dudar si salir o quedarme en casa. Presentía que Pascuala ya quería llegar a este mundo, a pesar que las contracciones aún no eran regulares. Hasta entonces, estábamos solos con Baltazar (mi hijo de dos años) y decidí no avisarle a nadie hasta estar segura de lo que venía. Cambiamos de planes y ahora nos quedaríamos jugando en casa, no estaba segura de poder salir. A las 10:45 am empecé a anotar las contracciones en mi celular y, una hora más tarde, entendí que había comenzado el trabajo de parto. Las contracciones eran cada 10 minutos casi exactos y duraban alrededor de 40 segundos. Cada vez más intensas. Como nuestros planes eran intentar un parto cien por ciento natural es que no me alarmé, pues nos esperaban largas horas de espera en nuestro hogar.

Para aliviar las molestias de cada contracción, hacía ejercicios en la pelota de pilates y olía aceite de lavanda y de mandarina. Una cuota de relajo y otra de ánimo y felicidad. Mi hijo me acompañaba, sereno y cariñoso, como si supiera lo que estaba sucediendo. Decidí ponerle una película en la televisión para que pudiera estar tranquilo a mi lado y yo concentrada en mi cuerpo y consiente de lo que estaba viviendo. Alrededor del medio día le avisé a mi marido para que preparara todo en la oficina y se viniera a casa, él sería quien cuidaría de mí durante todo el proceso. Me apoyaría con palabras de ánimo, atendería mis necesidades, me ofrecería masajes de alivio. Entregaría consuelo en el dolor y risas en los alivios. Una especia de doula. Mi marido se transformaba en parte fundamental en este proceso. Y yo confiaba ciegamente en que juntos seríamos un gran equipo.

Tipo 13:00 pm el dolor de las contracciones se hacía intenso y comenzaban a repetirse cada tres minutos. El momento se estaba acercando. Mi esposo ya en casa ejecutó todo lo que habíamos planificado previamente, me despedí de mi hijo con un fuerte abrazo y él se lo llevó a casa de mis papás. De inmediato fui a preparar un baño de tina. A oscuras en el baño puse música relajante, me sumergí en el agua tibia y lloré. Lloré de amor. De felicidad. Lloré de ilusión y de despedida. Estaba viviendo las "últimas veces" de varias cosas para dar inicio a "las primeras veces" de muchas otras. Estuve ahí alrededor de 45 minutos en la tina, siempre anotando cada contracción. Intentando respirar en relajo, aceptando el dolor. Haciéndolo consiente y llevadero. Asumiendo que era parte del proceso y así como venía, también se iba. Aprendí a quererlo y no a "soportarlo" o "sufrirlo". Cada contracción me acercaba un poco más al encuentro con mi hija, y eso era emoción pura.

A las 14:00 pm le escribí a la matrona, quién me preguntó algunas cosas y me dio una serie de indicaciones. Nos mantuvimos en contacto por whatsApp durante todo el tiempo. Pusimos música y yo bailé al ritmo de ella. Increíble como el movimiento de pelvis y caderas alivian cada contracción. La pelota de pilates era mi mejor amiga para seguir ejercitándome, pero lejos mi marido era el mejor aliado. En cada contracción, que se repetían cada 2 minutos, él apretaba y levantaba mis caderas lo que me provocaba un relajo enorme y una confianza extrema. Sabía que todo saldría bien, que él estaba ahí conmigo. Que nada malo pasaría.

A pesar de que la matrona nos indicó irnos a la clínica, yo quise esperar un poco más. Estaba disfrutando de ese momento en la comodidad de mi hogar. Decidí darme un último baño de tina, despedirme de mi "yo embarazada" y dar la bienvenida a mi "yo parturienta". A mi yo mamífera. Le entregué toda la confianza a mi cuerpo, a su sabiduría innata. Extendí mi confianza a Pascuala, quien seguramente sabía perfectamente qué debía hacer para por fin llegar a los brazos de su madre.

Una hora más tarde nos fuimos tranquilos a la clínica. Las contracciones eran intensas y no era muy fácil vivirlas en el auto. No tenía movimiento libre, estaba rígida y eso hacía que el dolor se intensificara. Durante todo el trayecto dude si sería capaz de hacer esto sin anestesia. Cada dos minutos sentía un dolor que me paralizaba y no estaba segura cuánto más podría aguantar. En la clínica ingresamos rápidamente, y tras un monitoreo nos indicaron que estaba todo bien, que faltaba muy poco para el gran momento, por lo que nos ingresaron a la sala de parto integral de forma inmediata. Allí volví a dudar, cada un minuto sentía un dolor indescriptible, porque a pesar de ser agudo físicamente, emocionalmente me llenaba de amor, una sensación que hasta ahora no logro entender muy bien.

Llevábamos 20 minutos en la clínica y todo comenzó a hacerse muy intenso. Sentía una necesidad de pujar. Pujar. Pujar y pujar. Mi cuerpo sabio se acomodó y de mi alma salió un grito certero: ¡ya va a nacer! A los cinco minutos y tras un grito desde lo más profundo de mis células, pude ver a Pascuala. La tomé firmemente y la ayudé a nacer. La saqué de mí y la traje a mi pecho. Estuvimos durante casi una hora abrazadas, aún conectadas por el cordón umbilical. Cuando este dejara de latir sería el momento de cortar ese lazo que nos unió durante 39 semanas de amor. Ese vínculo lleno de vida y nutrientes. De alimento para el cuerpo y para el alma. Y así fue. Tras la orden de la doctora mi esposo cortó el cordón y así dimos inicio a una nueva etapa. A una gran aventura.

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